Potencial, saber, sabiduría
Por Ricardo Czikk
Enero 2020
“La mucha erudición no enseña comprensión”
Heráclito (2600 años atrás)
A la hora de buscar gente con talento para crecer en la carrera de gestión en una organización, pensamos inmediatamente en aquellos que puedan enfrentar desafíos de mayor complejidad, tomar decisiones acertadas y que al mismo tiempo obtengan esos resultados dentro de un proceso social armónico. La ciencia llama a ello capacidad cognitiva, de un tipo particular, denominada capacidad ejecutiva.
Esta capacidad, que la ciencia acuerda en localizar primordialmente en la corteza prefrontal del cerebro -una región especialmente desarrollada en los humanos- refiere a las funciones que regulan el comportamiento orientado a metas, la planificación de su logro, la toma de decisiones, la maleabilidad para cambiar la marcha si la realidad se ha modificado y de tal modo concretar lo planeado de manera eficaz. Involucra hallar soluciones para un problema novedoso, llevando a cabo predicciones acerca de las consecuencias a las que podría llevar cada una de las soluciones imaginadas.
Estas funciones, que así descriptas, podrían sonar como puramente mentales y racionales, implican un cierto grado de regulación de las emociones, imprescindible para alcanzar los propósitos y no fracasar en el intento. Vale decir, que hablar de cognición en su forma ejecutiva, implica reconocer la existencia de dos caras:
por un lado, la capacidad de anticipar, relacionar variables, tomar decisiones, que podríamos llamar funciones “frías”,
y por otro, las “cálidas” que se relacionan con la capacidad de entender el comportamiento de los otros, leer sus señales y la necesaria calma para avanzar sobre lo nuevo, que siempre inquieta y podría alterar el ánimo. Esto último es lo que se tiende a llamar “inteligencia emocional”
Al respecto, un destacado y reconocido investigador, Elkhonon Goldberg (“La paradoja de la sabiduría, Drakontos Bolsillo, página 201) sostiene:
El término “inteligencia emocional”, que tan de moda se ha puesto últimamente, engloba parte de lo que controlan los lóbulos frontales, pero no todo. En la medida que nos resulte útil el concepto de “funciones ejecutivas” (y nos resulta útil), conviene también apelar al concepto de “inteligencia ejecutiva”. Las distintas contribuciones de los lóbulos frontales, como la planificación, la previsión, la capacidad de controlar los impulsos, la empatía y la “teoría de la mente” tienden a formar un todo coherente.
Más adelante (página 203) agregará
Las personas dotadas de “inteligencia ejecutiva”, gozan de una considerable ventaja a la hora de encontrar cursos de acción óptimos en situaciones auténticamente nuevas…
…Aunque no sean idénticas, “la inteligencia emocional” y la “inteligencia ejecutiva” están estrechamente relacionadas.
Las funciones ejecutivas, provienen de la dotación biológica del individuo, que no se distribuye de modo parejo en la población, habrá quienes dispongan de una mayor y otros de una menor carga constitucional[1] de ellas. Hay que distinguirlas de los conocimientos teóricos y académicos acumulados a lo largo de la vida, que configuran el saber o la erudición.
¿Por qué es importante la distinción que señalamos?
Porque en las promociones y procesos de selección se cae en la trampa de asegurarse que la persona sepa y no que sea sabia. Que sepa de esto o de aquello, lo que la psicología ha llamado “inteligencia cristalizada”, cuando lo que buscamos es que sea sabio o sabia, lo que por oposición se ha denominado “inteligencia fluida”.
Para esta diferencia entre dado y adquirido, la sabiduría popular acuñó la sentencia “lo que natura no da Salamanca no presta”. Todos sabemos de manera intuitiva que una cosa es la sabiduría o persona sabia, y otra muy distinta es alguien que tiene saber, que a veces llamamos erudición o conocimiento técnico.
El mismo investigador, en una entrevista brindada a la publicación Harvard Business Review (enero 2004), sostenía que, en la búsqueda del talento ejecutivo, se debe prestar especial atención a lo dado:
Creo que la mejor manera de obtener líderes emocionalmente inteligentes es seleccionar a las personas que ya muestran las cualidades básicas que se desea. Piénselo: así es como operan los entrenadores de atletismo. No solo trabajan con cualquiera que quiera practicar un deporte; ellos entrenan a los dotados naturalmente. Los gerentes de negocios deberían hacer lo mismo.
¿Cómo identificas a los dotados naturalmente? Diría que hay que buscar a aquellos con un interés genuino e instintivo en las experiencias y mundos mentales de otras personas. Es un prerrequisito absoluto para desarrollar inteligencia emocional. Si un gerente carece de este interés, quizás sus recursos de capacitación estén mejor dirigidos a otra parte.
El arte de identificar a las personas con potencial, es un componente clave de la sabiduría que se exige a quienes progresan en las carreras gerenciales. Ser gerente implica disponer de una natural habilidad para detectar inteligencia ejecutiva en los otros, cosa que no se encuentra disponible en algún libro o manual que se pueda adquirir en una universidad, ni siquiera en la de Salamanca.
[1] Por constitucional entendemos una combinación de genética, experiencias tempranas, estimulación y nutrición que acaban combinándose en la salud psicofísica.