Informe de ausencia
[1]
Una carta de amor no es el amor sino un informe sobre su ausencia Mario Benedetti.[2]
Este epígrafe tomado de Benedetti, manifiesta una intuición que la psicología confirmaría: escribir sobre las emociones deja un residuo inefable; el amor forzado por la letra no habla ni se deja atravesar y deja entonces algo inexpugnable a la palabra. La ética también se resiste a ser tratada, tanto en lo personal como en lo social, y se vuelve un tema esquivo que se presenta cuando su ausencia nos deja a la intemperie, inermes e intrigados, ansiosos por entender cómo pudo haber sucedido que el amor no aconteciera y el descarnado desamor venciera en la estafa, el crimen, la violencia, el desprecio del otro hasta su aniquilación simbólica y física.
Los desbordes antiéticos durante las guerras son habituales, y abren heridas difíciles de suturar porque lo que ha sido hollado es siempre la dignidad humana. John Berger,[3] en medio de una polémica sobre la Segunda Guerra Mundial, apuntaba:
Sin ética el hombre no tiene futuro. Esto significa que sin ética la humanidad no puede ser ella misma. La ética determina las necesidades y acciones y sugiere prioridades difíciles. De cualquier modo no tiene que ver con juzgar las acciones de otros. Esos juicios son prerrogativa de los moralistas. En la ética hay humildad. Los moralistas en general son justos.
Digámoslo con todas las letras: los moralistas de todo tipo, que nos espetan sus jerarquías de bien y mal, rígidas y seguras, nos provocan aversión, cierta náusea ante su postura de superioridad, de creerse jueces y condenar con liviandad. Sospechamos, con razón, que sus acciones no son ni serán coherentes con su decir. Sin embargo, nos sentimos más cómodos y relajados cuando notamos que quien toma las decisiones es un protagonista orientado por el amor al prójimo en encrucijadas de valores que lo obligan a determinaciones. La ética está en las elecciones reales en condiciones de libertad, que siempre se halla restringida. Sabemos intuitivamente que solo ante opciones reales, vitales, cotidianas se puede evaluar el comportamiento como ético o no, porque si habláramos en abstracto el cuento sería el de la Moral (con mayúsculas, petulante y orgullosa de sí).
Al hablar de ética sucede algo diferente [que con la moral]. Lo que se escucha cuando alguien afirma que una persona ha tenido una conducta no ética es en general que la persona aludida ha tenido una conducta que ha resultado en el daño de otra u otras sabiendo que eso sucedería.[4]
El enfoque ético indica que hay sujetos sujetados a múltiples determinaciones como la cultura, las políticas, las leyes, la estructura de legitimidad consensual así como los modos de vinculación interpersonal propios de la sociedad que habita. Si adoptáramos una perspectiva moralizadora, predicaríamos qué es bueno y cuáles serían las malas acciones a domesticar y reprimir, sin re-conocer la acción inductora del contexto.
Estamos ante un desfiladero de recorrido incierto y peligroso: de un lado, un sujeto sujetado a la acción del sistema es el abismo, y del otro, la inaceptable elusión de responsabilidad personal, la pared más dura. Cuando se mira el suelo en que se desplaza la ética, viene bien confrontarse ante un caso real, como el “escándalo Enron”, que tomó estado público en 2001 con su colapso. Fue un fraude corporativo de magnitud e impacto tal que, con “efecto tsunami”, arrastró al coloso global de la auditoría, Arthur Andersen. Su consecuencia inmediata fue la promulgación al año siguiente de la Ley Sarbanes Oxley del buen gobierno corporativo. Llamada habitualmente SOX, se enfoca en la reforma de las prácticas contables e informativas de las empresas cotizantes en bolsa, y se convirtió en el estándar normativo para las empresas que pretenden salir al mercado de bonos y acciones en Estados Unidos.
Visto con lupa el caso,[5] hallamos otra consultora global: McKinsey, que había lanzado ya en 1997 una moda de gestión, que denominaron “la guerra por el talento”.[6] Al analizar las compañías más exitosas de Estados Unidos, llegaron a la conclusión de que los CEO se obsesionan con reclutar, promover y remunerar de forma desproporcionadamente superior a las personas consideradas de mayor talento. ¿Y en qué empresa McKinsey comenzó a predicar su nuevo apostolado? Sí, en la empresa líder en distribución eléctrica, gas y papeleras, en la que llevaba hasta veinte proyectos simultáneos y a la que facturaba más de 10 millones de dólares al año: sí, Enron. Instaló en ella una suerte de star system a lo Hollywood: contratar estrellas, MBA de promedio alto, con salarios siderales, prometiéndoles crecimiento rápido vía movilidad vertical acelerada, valorándose el éxito individual. El mensaje era claro: up or out (arriba o afuera), exhibir resultados rápidos, generar números positivos, y reforzar al mismo tiempo las actitudes de marketing personal y la codicia. En este modo de gestión anida una densa presión competitiva, donde el error mínimo podría servir para ser pasado por encima y quedar en sombras. Ser visto es el núcleo de sustentación del modelo. ¿Queda claro el cúmulo de causas que desembocaron en vínculos de recelo y desprecio por el prójimo? En este sistema de gestión era clave el otorgamiento del emblema alto potencial (HiPo) y ser muy bien evaluado en el sistema de desempeño. Así se compraba el ticket de ingreso a la élite de esta galaxia para pasar a ser considerado entre “los más piolas”. No por nada la película que describe este desastre se llama Enron: The smartest guys in the room, traducido como “Enron: los tipos que estafaron América”.[7] Detengámonos en la idea que sostiene este tipo de calificación como Alto Potencial y Alto Performer, clasificación que aún impregna el mercado de trabajo en el llamado nine boxes.[8] Quien sea esta marca, portará cualidades extraordinarias de nacimiento, que lo habilitan a ser hoy y para siempre el mejor de todos y en todo. Los riesgos éticos de este tipo de etiqueta podrían conectarse con lo que Carol Dweck, psicóloga de la Universidad de Columbia, señaló sobre la existencia de dos concepciones polares en lo que respecta a la inteligencia: o se la considera un rasgo fijo e inmutable de la persona o bien se la tiene por una aptitud producto del esfuerzo y por lo tanto desarrollable. Esta concepción dual involucra un consejo muy útil para la crianza, la educación y la gestión gerencial: ante un trabajo bien terminado — ordenar los juguetes, aprobar un examen o terminar un proyecto exitoso — será preferible felicitar por el buen trabajo, que elogiar con una expresión del tenor “sos muy inteligente o brillante”. ¿Por qué? Porque quien percibe que su inteligencia es un atributo relativo a lo realizado, no tendrá prurito en seguir intentando, dado que un fracaso no afectaría su identidad. En el caso de la inteligencia como propiedad intrínseca de la persona, un error podría ser costosísimo para su estima y una vergüenza ante los otros que lo habían ponderado.
Podríamos decir que cuando el sistema de evaluación, tanto del desempeño como el de potencial, coloca en un pedestal a los que han logrado los resultados definiéndolos como HiPo y HiPer, provocan que, ante un error o dificultad, se atribuya a los otros la culpa de lo que ha salido mal, dado que resultará insoportable parecer menos inteligente.[9]
No se debería cargar tanto la conducta codiciosa e inescrupulosa de unos pocos, como el CEO y el CFO,[10] cosa que equivaldría a explicar la Segunda Guerra Mundial como corolario de la personalidad desequilibrada de Hitler o la ambición desmedida de Stalin. Se necesita mucho más que una o dos personas para dejar a 5000 empleados en la calle y un total de 21.000 empleados despojados de sus ahorros. Keneth Lay (CEO) y Jeff Skilling (CFO), encontrados culpables por la justicia,[11] habían mentido en ciclos más y más amplios, veloces y desfachatados. El maquillaje contable fue elaborado, estimulando en medio de la debacle a los fondos de pensión para que compraran acciones de la empresa, al tiempo que ellos se desprendían de las propias.[12]
¿Lo pudieron haber hecho solos? ¿Nadie levantó su voz para denunciar el daño que hacían? Hay que leer a Primo Levi y sus relatos del Universo Auschwitz para entender en primera persona qué sucede en ciertas situaciones extremas: la incapacidad de reaccionar, el pánico a hablar, la vulnerabilidad ante situaciones degradantes. Hay que vivirlas para comprender. Levantar el dedo acusador es propio de los moralistas, la consideración ética contempla las virtudes, que son humanas y no proyecciones de un héroe olímpico, atlético e inmaculado. Desde la moral podría haberse saldado la deuda al condenar a los responsables primero y legislando después. Pero la cuestión ética quedó pendiente: ¿se trató de la ausencia de un marco más claro lo que llevó al punto de no retorno? ¿No será que un contexto inductor de comportamientos éticos se conforma con algo más allá del cuerpo legal?
Una de las llaves que abren la deshumanización de los ambientes empresarios es la creación de entornos de rivalidad, celos y envidias, concurrente con una acción distante de las jerarquías que borran empresas enteras, en aras de satisfacer al dios Accionista. Pensando en asesinatos, un texto bíblico inaugura los crímenes entre hermanos: el de Caín y Abel. Tras la expulsión del Edén, Adán y Eva tuvieron que hacerse cargo de sus actos, y así se desata un nuevo drama movido por la ofrenda no aceptada por Dios, que lleva a Caín al asesinato de Abel. Dios, supuestamente omnisciente, estaba al tanto del asesinato, aunque se hace el distraído cuando interpela a Caín y le pregunta por la suerte de Abel, con este remate: “¿Por qué se cayó tu rostro” — algo que en español rioplatense se diría: “¿Por qué andás con cara larga?” — , a lo que Caín replicará: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Cualquier parecido con la respuesta que podrían haber dado los gerentes de Enron y de tantas otras empresas, no sería casualidad:
¿Queda o no queda claro que somos homo economicus en busca de maximizar la rentabilidad? ¿A qué viene todo este cuento de cuidar al otro? ¡Estamos grandecitos para ser guardianes de los hermanos!
La causa aparente del crimen habría sido la inequidad de Dios en un reparto desigual, que justifica la eliminación del otro, como si el mundo no tuviese lugar y los recursos fueran escasos. El rostro de Caín se esconde y arrastra, no mira a los ojos. Exactamente lo opuesto a los vínculos del amor, que se construyen a partir de las miradas, como aquellas embelesadas que se cruzan madre e hijo en un lazo ético de cuidado, basamento del ser y de la existencia. Sin la mirada del otro seríamos un cacho de carne; si no nos aman no seríamos nada. En el relato, Dios observa, decodifica y denuncia apelando al rostro, en un encuentro que a priori sabe que no será ético[13] porque el interpelado no está disponible sino ausente. Decimos no dar la cara cuando alguien esquiva su responsabilidad, algo que Stanley Milgram[14] probó a través de experimentos muy osados y controvertidos sobre la obediencia. Este sociólogo quería comprender cómo pudo ser que una sociedad culta y refinada como la alemana hubiera llegado a crear la maquinaria nazi. Pondrá el acento en la creación de contextos anónimos y burocráticos de autoridad y obediencia ciega, como un ámbito propicio para fenómenos aberrantes. La deshumanización comenzó por la desvalorización prejuiciosa con la maquinaria propagandística, que se ocupó de diluir al individuo singular con nombre y apellido, en un ente colectivo: “los judíos”, portadores de defectos de cuna. Para infligir daño directo a la víctima, como hace el torturador, se debe estar en “estado agente”, solo un eslabón ejecutor, aun cuando, agrega Milgram, debe tener una personalidad alterada como para ejercer crueldad directa sobre la víctima. El mismo resorte burocrático, de comando distante y un ejecutor directo, permite borrar miles de empleos con una orden dada en un directorio o asamblea. El decisor no tendrá necesidad de mirar al otro, dejando la tarea a los agentes (¿gerentes?) que la ejecutarán con la convicción de estar haciendo el bien para el orden social, la rentabilidad o lo que fuere. Hanna Arendt denominó a toda esta secuencia “la banalidad del mal”.[15]
Al mismo tiempo, anudados en la vida ética, aparecen los sistemas y su determinación sobre las personas,[16] como la acción responsable de los individuos en su rol. Siempre es una elección intrincada en la complejidad que implica, sujetada en la libertad, situada y enmarcada en condicionamientos culturales y sociales difíciles de resistir.[17]
Si somos moralistas muchas veces justificamos nuestras conductas no éticas conscientes protegiéndonos con el argumento de que hemos cumplido con las normas o reglas que la comunidad tiene para ese quehacer. Si lo que de hecho nos importa es el bien-estar de los otros miembros de la comunidad podemos escoger no cumplir con las reglas o normas y tener una conducta inmoral bajo el argumento que su aplicación constituiría una conducta no ética.[18]
Ético no es declarar pomposamente la Responsabilidad Social Empresaria y la Sustentabilidad, sino poner el énfasis en el diseño de sistemas sociales y organizacionales que impidan que las organizaciones en las que nacemos, trabajamos, estudiamos y morimos, sean máquinas de picar carne. Una invitación a la reflexión colectiva sobre los modos en que la conducción política, social, empresaria, incita a sabiendas o no, a la violencia tanto velada y sutil como abierta y desbocada, es una invitación abierta aún pendiente en la mayor parte de los ámbitos.
San Agustín decía que la mejor definición de virtud sería “mandamiento del amor”, pero la mayoría de las veces el amor brilla por su ausencia, haciendo insuficiente la ética que contiene a las virtudes y les brinda consistencia.
Informe de ausencia, como una botella arrojada al mar con la esperanza de recibir una respuesta responsable.
Sería, por fin, que demos la cara.
[1] Este ensayo creció desde una presentación original en el panel sobre “La ética en la praxis profesional del psicólogo en la empresa” en el marco de las Terceras Jornadas sobre Psicología Laboral, organizadas por la Cátedra I de Psicología del Trabajo de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, 22 de septiembre, 2006
[2] Benedetti, Mario, La vida, ese paréntesis, Seix Barral, 2006.
[3] Pintor, escritor, guionista y crítico inglés fallecido en 2016.
[4] Maturana, H. ¿Moral o ética? http://autopoiesis.cl/?a=19.
[5] En varios puntos de este análisis nos basamos en Malcolm Gladwell “The talent myth” en The New Yorker, 22/07/2002 http://www.newyorker.com/magazine/2002/07/22/the-talent-myth.
[6] Michaels, Helen Handfield y Beth Axelrod, La guerra por el talento. Principios para atraer, desarrollar y retener a Gerentes altamente talentosos, Norma, 2004.
[8] A “nine-box grid” is a matrix tool that is used to evaluate and plot a company’s talent pool based on two factors, which most commonly are performance and potential. Typically on the horizontal axis is “performance” measured by performance reviews. On the vertical axis is typically “potential” referring to an individual’s potential to grow one or more levels in a managerial or professional capacity. En http://www.bersin.com/lexicon/details.aspx?id=13134.
[9] Se siguen haciendo experiencias para trabajar de manera responsable y equilibrada con la promoción de Altos Potenciales, en este tipo de modelo donde la medición es contingente a la relación evaluado-evaluador.
[10] Siglas en inglés: CEO, para director general y CFO, para director financiero.
[11] El 23/10/2006 se anunció que el ex director general Jeffrey Skilling fue condenado a 24,5 años de prisión y una multa de varias decenas de millones de dólares.
[12] Para ampliar las reacciones que generaron estas acciones, se puede leer Fast Company, “Memo to CEO”, N°59, mayo 2002, p. 117, artículo firmado por una de las mentes más destacadas en gestión: Henry Mintzberg.
[13] Bauman, Zygmunt, Ética posmoderna, Siglo XXI, 2005. Bauman habla de este encuentro apelando a las enseñanzas de Emmanuel Levinas.
[14] Milgram, Stanley, “La compulsión a hacer el mal. Obediencia a órdenes criminales”, Patterns of prejudice, dic. 1967, Revista del Congreso Judío Mundial.
[15] Arendt, Anna, Eichman en Jerusalén, Debolsillo, 2005.
[16] En este punto las enseñanzas de Elliot Jaques sobre organizaciones requeridas adquieren pleno sentido. Elliot Jaques, La organización requerida, Granica, 2000.
[17] Ignacio Lewkowicz, en un artículo publicado en la revista Ergo: “Liderazgo en perspectiva historiadora”, sostiene: “Jean Paul Sartre establecía el estatuto de la libertad humana: los hombres no son lo que incondicionadamente quisieran ser; tampoco se reducen a lo que hicieron de ellos; un hombre es lo que él hace con lo que hicieron de él. La acción humana es libre pero condicionada. No se somete a las condiciones; tampoco las desconoce: establece estrategia para apropiarse de las condiciones o transformarlas en función de proyectos.”
[18] Maturana, H. cit.
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