CONTRA LA REINVENCIÓN

Ricardo L Czikk
10 min readDec 23, 2020

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“Vivir en la vidriera… tiene como contracara el riesgo de una vulnerabilidad inédita ante la despótica mirada ajena, que puede desdeñar el propio perfil sin que haya otras instancias donde refugiarse y desarrollarse de forma más protegida. Tanto la interioridad como la intimidad parecen haber dejado de cumplir esa función, al relajarse tanto sus barrotes opresivos como sus posibilidades de amparar y resguardar para fortalecerse.”

Paula Sibilia

Vivimos agobiados. Es el ánimo de nuestro tiempo.

Sigue, en orden lógico, a la liquidez baumaniana correspondiente a la movilidad global ilimitada y el flujo de los afectos sin suelo ni arraigo. Ahora inundados nos perdemos de nosotros mismos. Los ojos ajenos suman a nuestro cansancio con una descontrolada exigencia de reinvención.

La inmovilidad pandémica, la estrechez que imponen las cuarentenas, la distancia al prójimo, serán marcas fuertes para la memoria y los hábitos por largo tiempo.

Aún si nos enfundáramos con un guante tecnológico para sentir virtualmente al otro, ya sabemos que es en el abrazo cuando adquiere volumen, percibiremos sus sinuosidades y zonas de calor. En el gesto de enlazarnos físicamente, percibimos el máximo de extensión de nuestros propios brazos, la presión que ejercemos, su olor que nos invade, la textura de su piel al tacto de la nuestra, y así nos modelamos unos a otros en una presencia que excede en mucho a la pura carne.

Decía Levinas, “…lo que se afirma en relación al Rostro es la asimetría: en el punto de partida me importa poco lo que otro sea con respecto a mí, es asunto suyo; para mí, él es ante todo aquel de quien yo soy responsable”[1]. Aparece una dimensión ética, de exigencia unilateral del otro sobre mí, me demanda para que responda y me haga responsable.”

Pero el Rostro con mayúsculas no coincide con la cara de la pantalla. La cercanía ética está en las antípodas de la fascinación de la imagen promovida por las redes sociales, donde el otro debe ser subyugado al yo que se expone impúdicamente.

El mundo ha sido acordonado, como en la escena del crimen

¿Y la víctima quién es?

Nosotros.

¿Y el victimario?

También.

Trataré de explicarme.

El término “agobio hunde sus raíces en giba .

El agobiado está reclinado hacia adelante dado que carga un peso superior a sus fuerzas. Percibe una hinchazón, del alma en este caso, que lo lleva a sentirse apesadumbrado. Es exceso y excedente. Un error tipográfico mientras escribo, aparece pus en lugar de plus. Iba a escribir plusvalía, en la idea de un Yo transado en el mercado, pero ahora encuentro la pus que se acumula en el ser.

El agobiado agacha la cabeza, mira hacia el piso y arrastra los pies. Está cabizbajo. Su rostro recuerda al de Caín, cuando el fratricidio estaba a punto de suceder. Dios lo interpela “¿Por qué te has amargado y tu rostro se encuentra decaído?”[2] Caín, recordemos, siente que el presente a su padre no fue valorado, se siente desconocido y su pesadumbre se convierte en furia asesina. El agobiado está siempre a punto de explotar, pero como no puede porque significaría su expulsión de la grey, se vuelve contra sí mismo.

La pandemia recargó lo existente con más y más. Por ejemplo, miramos al otro en la videoconferencia la mismo tiempo que nos vemos especularmente hablar y movernos como si fuéramos un picture in picture. La mente se desorienta, porque jamás se nos hubiera ocurrido poner un espejo delante de los ojos y salir a recorrer las calles. Salimos para ver, no para vernos. Y, sin embargo hoy lo hacemos desde la pasividad que imponen las sillas desde donde zoomeamos, skypeamos, meeteamos

¿Desconcertante?

No. Agobiante.

El agobiado está jorobado.

¿Dónde, si se pudiera definir tópicamente, residiría una fuente inagotable de agobio?

Algunos ejemplos inundan las redes sociales, como Facebook, Instagram y Linkedin.

Son mensajes que se reproducen en los medios de comunicación, como cuando se entrevista a los ejemplos de superación personal, quienes han podido rehacerse, reinventarse, reconvertirse, a pesar de las adversidades. Son los héroes de la gesta.

Se los llama resilientes: rebotaron sin romperse. Los rígidos, en cambio, se quebraron, porque no tienen la elasticidad requerida para adaptarse.[3]

Los ejemplos que se citan a continuación son una muestra de todos los recolectados en dos años, son de fuente argentina, llamativamente escritos en castellano neutro. Quizá sea porque ese este es el idioma de las (malas) traducciones de los libros de autoayuda y así se les quiere dar un aire neutro:

Sé la mejor versión de ti mismo.

Si te lo propones, tú puedes.

Levántate porque desde el suelo todo se ve más grande.

En un mundo altamente dinámico, el cambio en LO PERSONAL (en mayúsculas en el original), es la única base sólida, y sostenible posible para el crecimiento empresarial, económico y social.

La gente exitosa siempre busca la oportunidad de ayudar a los demás, la gente que fracasa siempre pregunta: ¿y yo qué gano?

Conócete, ama lo que eres y hazte realidad.

Hay que romper el paradigma de la vida personal y la vida laboral como dos vidas en paralelo.

¿Eres quién crees ser o eres el resultado de tus pensamientos? ¿Qué quieres hacer con tu vida? Deja de luchar y empieza a vivir.

Sólo depende de ti. Si te lo propones, podrás.

Si no te reinventas, no existes.

Acá va el más reciente de todos:

Pueden porque creen que pueden.

Altamente individualistas, se orientan a soluciones remanidas: meditación, el poder del mindfulness, el coaching-yoga (no es chiste, se puede encontrar), el poder del ahora, el arte de vivir, el encuentro contigo mismo.

Asocial. Las soluciones listas para consumir son para un hogar, imaginario espacio disponible para el individuo aislado de hijos que saltan en la cabeza, tareas de cuidado, los jefes que no les importa lo anterior y exigen a través de pantallas. Parecen cobijados, pero en realidad están insonorizados por sólidos muros que los enajenan de los otros.

Freud aseguraba que la forma primigenia del pensamiento es la de la magia, el animismo y la omnipotencia de las ideas y algo de esto se trasunta en estas citas. Si lo piensas fuerte, se producirá la traslación de los objetos, porque ellos están animados. El niño cierra los ojos, fuerte (bien fuerte), y ansía que la madre aparezca allí y al abrirlos ella estará allí. Es el modo de las primeras religiones idolátricas. Los diez mandamientos, como expresión del monoteísmo, vedaban a los sentidos impidiendo sacralizar los objetos creados por los seres humanos. Se supone que fue una evolución deseable del pensamiento porque la abstracción permite concebir la posibilidad de que las cosas sucedan y aun cuando nuestra presencia modifique a lo existente, no lo crea ni lo destruye con pensamientos.

La ley de la atracción reza: si lo deseas, vendrá a ti.

Puedes porque crees que puedes.

La meritocracia, en su versión recalcitrante, se monta sobre estas ideas: niega al contexto, ignora las oportunidades que no se brindan a algunos que han nacido en desventaja, esconde el valor a la trama social, y aunque reconozca que a las proteínas recibidas o no recibidas en el primer año de vida sean definitorias, luego lo olvida en las opciones reales, quiere creer que todos tenemos las mismas condiciones para obtener empleo y más. Porque, si no puedes es que no lo quieres ni lo deseas, condena.

Hay que blanquearse los dientes. Vivir sonriendo.

En las publicidades los logos se retuercen para alumbrar un smile. El que no sonríe es un amargado. Y amarga al mundo. No se lo permitamos. Duro con él. Que sea un paria. Jamás será líder.

Llenan los medios quienes superaron enfermedades terminales gracias a su férrea fe en la bondad humana. Pero no nos cuentan de aquellos que murieron a pesar de su fidelidad, lealtad a la vida y creencia en el prójimo.

Aquí están quienes gracias a su auténtica felicidad[4] son los resilientes caballeros y bellas princesas de la buena nueva, han dejado de vivir en la pobreza y se han reconvertido. Son valientes y este es su tiempo, dicen algunos gurúes. ¿Y qué hay de todos aquellos que a pesar de su tenacidad, paciencia y capacidad, no han sido favorecidos?

Los coach se han puesto la túnica blanca y predican. Sus evangelios están en las redes -linkedin es su centro preferencial de marketing- porque “si crees realmente en tu ser líder, pues bien lo serás”. Pero antes debes ampliar tu positividad[5]. Tanta como puedas y hasta que explotes de amor.

Es la historia personal pequeña. En la posmodernidad no tienen cabida los grandes relatos. Es el arte del story telling. Antes era la narrativa, pero dicho en inglés ¡sí que suena bien!

No existes si no eres ágil y exponencial.

¿Y si dejáramos de insistir con que todo el problema radica en las “habilidades blandas” de los individuos y pensáramos en cómo la configuración de los sistemas que habitamos determina la emergencia de comportamientos? Elliott Jaques, hace más de 50 años afirmaba que los sistemas sociales pueden ser utilizados como defensa contra la ansiedad y más tarde en nuestro país, Fernando Ulloa, analizaba cómo las fracturas organizacionales, puntos de fracaso de las articulaciones espacio temporales, generaba fenómenos de agresión, desestructuración de los procesos de trabajo, etc.

Aaaaah, me responden los ángeles de la nueva fe: “eso es victimizarse . Hay que ser protagonista. Si depositas todo en el diseño del sistema, tú no te haces cargo.”

Un economista con el que trabajé durante algunos años, me confesó que estaba harto de que le dijeran que él se quedaba en su zona de confort. Me lo confesó en voz baja y a solas. Seguramente temía ser condenado en la hoguera de los feos. “Si me esforcé tanto para esto que sé hacer, ¿por qué estaría mal que disfrute del momento y no quiera otra cosa?”

Es agobio.

Evidenciaba esa silenciosa al tiempo que ominosa reprobación que se dirige quien no quiere seguir este camino liberador de las viejas ataduras de las burocracias y las jerarquías, de la chata vida de quien no desea sonreír, que prefiere seguir sin reinventarse; quizá sea astuto y advierta que yace allí, emponzoñada, la maldición de una exigencia asfixiante.

Hay un corrimiento del sistema normativo institucional, el modo de socializar, que puede verse ni más ni menos que en la institución socializadora por antonomasia: la escuela. La culpa[6] constituía un eficaz método de control social. El alumno no quería que se supiera de su baja nota y esperaba la punición que podían ser firmas, amonestaciones, llamado a los padres, etc. Ley y moral coincidían. Se interiorizaba una negatividad encarnada en la autoridad: “no harás esto o aquello”.

El bullying siempre existió, pero sutilmente fue corriendo su eje desde la falta culposa a la vergüenza. El alumno teme un shit storm de sus compañeros si se le ocurriera destacarse en clase. El bullying es la expresión de una sociedad que se mira en el espejo como exterioridad. Cada vez somos más una superficie espejada y espejable. La vergüenza es una de las marcas de la primacía escópica, la culpa la acompaña en un cortejo donde se van disipando los efectos subjetivantes de la segunda.

Byung-Chul Han lo llama psicopolítica, un poder uniformador del pensamiento, nos vuelve unidimensionales. Ya no somos disciplinados por la fuerza de la culpa, sino por medio el agotamiento que nos autoinfligimos al querer ser exitosos, rendir más.

Somos esclavizados por la imagen que debemos proyectar: joven, feliz, amado, con trabajo, exitoso, etc. La foto.

Naomi Klein denunció cómo la pandemia fue la oportunidad para que el gobernador de NY fuera cooptado por las big four Amazon, Apple, Microsoft y Facebook, al Screen Deal[7]. La tecnomedicina, el seguimiento en vivo de los recorridos, el reconocimiento facial, Agamben lo llama “vida desnuda”, carne y no cuerpo. Ojos que no miran, sino algoritmos que espían. Ser des-cubierto: vergüenza como forma de punición y neologismos para nombrar lo inédito, como es la pornovenganza.

Nos miramos cuando miramos a otros en la self view de las plataformas de videoconferencias más utilizadas. Inclusive en algunas es imposible desactivar ese constante verse cuando se mira.

En una conferencia reciente Rita Segato afirma que las pantallas son violentogénicas, habilitan cascadas de insultos, amenazas y descalificaciones, que no se harían en forma presencial. En estas situaciones… “el otro no es una alteridad contundente..” “…para que lo sea tiene que haber una corporalidad”.[8]

Lamentablemente la reflexión crítica no cabe en los post-its que proliferan en la celebración exaltada de lo ágil, núcleo ideológico de este nuevo credo. Más ágil, digital, liviano. ¿Acaso una nueva vuelta a magro y esbelto (lean and mean) de la reingeniería noventista? Esta moda también pasará, no sin antes hacer daño. Ante mi desazón, un colega me dijo[9]: “es cierto que es esta moda es odre nuevo para vino viejo, pero hay que entender el contenedor porque expresa la sensibilidad de una época”. Puede ser cierto, pero aun así, hay que elevar la voz, poner a la vista lo que se oculta en la estética de una época, en algunos gustos que pueden dar disgustos.

Si se dejara de exigir que sonriéramos y al contrario se habilitara un auténtico ejercicio de análisis crítico de los sistemas que habitamos, habría que ver si no seríamos más felices al ser más libres.

Es que así como la libertad, la felicidad también es paradojal; si se impone al otro que sea libre o feliz, se cancelan ambas posibilidades.

Sería deseable, entonces, que no joroben más a la gente exigiéndole felicidad.

Ya es suficiente trabajo vivir.

Ricardo Czikk

Diciembre 2020

Agradezco las sagaces observaciones realizadas de una primera versión de este texto, realizadas por Marisa Vazquez Mazzini y Maria Marta Preziosa. No es fácil encontrar colegas dispuestos a lecturas atentas y generosas.

[1] Emanuel Levinas, “El yo y la totalidad” Filosofía amor y justicia, pg 130, citado por Zygmunt Bauman en “Ética posmoderna”, Siglo XXI, pag 59

[2] Génesis 4:6, Traducción, Daniel Colodenco (2006) “Génesis: el origen de las diferencias” Buenos Aires, Editorial Lilmod.

[3] Bernardo Stamateas en diario La Nación, 11 de diciembre de 2020, Personas rígidas: cómo cultivar una mente flexible para adaptarnos a los cambios https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/personas-rigidas-como-cultivar-mente-flexible-adaptarnos-nid2536503

[4] Refiero al nombre del libro de Martin Seligman, creador de la psicología positiva.

[5] Recomiendo leer “Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas” (Paidós, 2019). Su autora Eva Illouz, documenta el crecimiento de la psicología positiva al calor de subsidios y financiación para que su prédica se expandiera y exportara al mundo. Uno de sus fines, promover la adaptación, o me gustaría llamarla: la domesticación de las mentes positivas.

[6] Si se quiere explorar más esta dupla vergüenza-culpa, Paula Sibilia, “Bullying: La vergüenza”. Revista Anfibia

[7] Naomi Klein: How big tech plans to profit from the pandemic. The Guardian. 13 de mayo 2020. https://www.theguardian.com/news/2020/may/13/naomi-klein-how-big-tech-plans-to-profit-from-coronavirus-pandemic

[8] https://www.youtube.com/watch?v=D2mpVkhdo9k

[9] Ernesto Gore en una comunicación personal durante el año 2019.

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Ricardo L Czikk

Argentino, consultor. Psicólogo, más tarde Master en Educación, ex gerente corporativo de RH. Mejor lector que escritor. Triatlonista que no compite.